El Bruc ha sido históricamente una población eminentemente agrícola en el que la superficie dedicada al cultivo ha sido siempre protagonista, sobre todo en el piedemonte montserratino.

Esta zona está delimitada por el camino que sube a Can Maçana, por la montaña de Montserrat y por el límite del término que delimita con Collbató y Els Hostalets de Pierola.

Sin embargo, a partir de la llegada de la industrialización, el peso del sector primario ha disminuido en favor de la industria y, últimamente, de los servicios.

El paisaje del Bruc, y especialmente la zona del piedemonte y los alrededores del pueblo del Bruc, es un mosaico que se configura a través de la evolución, a lo largo de la historia, del trabajo de la tierra.

El paisaje ha estado siempre formado por cultivos de secano, fragmentos de bosque aislados, arroyos, torrentes, huerta, vías de comunicación, masías, cortijos y caminos. En este maremagnum de elementos, el espacio dominante hasta mediados del siglo XX ha sido la agricultura, que ocupaba todas las zonas posibles para su viabilidad, y dejaba reducidas islas de bosque en las zonas menos aptas (zonas de fuertes pendientes, roquedales…), o rodales para sacar madera y leña.

A mediados del siglo XX, la búsqueda de mejores condiciones salariales y de vida provocó un gran éxodo de personas, que iban a vivir a las ciudades del entorno para trabajar en la industria o buscar nuevas oportunidades. Esto provocó que progresivamente se abandonaran muchos espacios agrícolas, especialmente los más pequeños, muchos de ellos destinados a viña, y propició la ocupación por bosques, con las consecuencias nefastas que podemos ver a día de hoy, de incremento del riesgo e intensidad de los incendios.

Caminando por el bosque, hoy, podemos encontrar muchos indicios de las antiguas terrazas y paredes de piedra que las limitaban. La combinación de elementos que dibujan el mosaico agro-forestal favorece la biodiversidad, la riqueza paisajística y también la extinción de incendios.

Actualmente, el cultivo de la aceituna es el claro protagonista del piedemonte. En los últimos años se han recuperado una serie de fincas oleícolas que habían sido abandonadas a mediados de siglo XX, aunque esto todavía no se ha terminado de traducir del todo en la salida de aceite bruquetà al mercado.

Pero antiguamente, hasta la llegada de la filoxera, alrededor del 1890, la viña era la verdadera protagonista. Más allá de la toponimia, con nombres como la Vinya Nova, que delatan este pasado, hoy sólo encontramos tímidos bancales de viña que acompañan los olivos.

Viña y olivos comparten el espacio con matorrales mediterráneos y pinares de pino blanco, pinares que, astutos y rápidos, ocupan aquellos bancales de cultivo abandonados a principios-mediados del siglo XX.

Hoy es el bosque el que predomina en zonas empinadas (más difíciles de cultivar), entre los cultivos y alrededor de los núcleos poblados.

Las matorrales de romero y tomillares con bufalaga y coronilla de fraile, propias de lugares calcícolas de tierra baja, y que nacen después de los incendios forestales, predominan en gran parte del paisaje del Bruc. El matorral o monte bajo corresponde en buena medida a las áreas donde llegó el incendio de 1986, junto a las fincas de Can Salses y el Castell, y que aún se encuentran en regeneración.

Entre pinares, campos de cultivo y matorrales del piedemonte hasta los puntos más altos de la montaña de Montserrat encontramos, allí donde la pendiente lo permite, los encinares.